25.2.12

Del mestizaje como resistencia



La integración de las representaciones occidentalizadas de las "culturas originarias" por parte de los profesionales del fetiche (publicistas) en la creación de mercados al interior de dichas culturas posibilita, entre otras cosas, que (1) el consumo individual de una imagen de la cultura propia sea producida por un agente externo a la misma (los mercadólogos); (2) la identificación del individuo con su cultura se lleve a cabo mediante representaciones impuestas porque los medios de producción de información los poseen otros, esto es, mediante representaciones derivadas e impropias; (3) a las representaciones dinámicas, siempre inacabadas y espontáneas que una sociedad tiene de sí misma –en tanto momento del devenir vital de una cultura para generar identidad- se sumen representaciones cristalizadas, "dadas", fijadas y cosificadas en el discurso mercantil (artesanía, vestidos, paisajes, tono de piel, tonos de música, arquitectura, etc., en fin, meras cosas que “representen” la riqueza de una cultura); además, que (4) con el fortalecimiento de estos mercados formando parte del devenir cultural, la cultura asuma las representaciones-fetiche como propias y haga suyo aquel discurso (mercantil) que en un principio era ajeno, integrándolo en su propio campo simbólico; ahora un individuo puede participar de la cultura comprando un celular, por ejemplo.

Como vemos, esta “mezcla” que impone el capitalismo globalizado (porque si hacemos memoria, ¿qué cultura decidió libremente ser “global”? ¿no ya hablar de una "globalización" es una imposición, una violencia ante posibles culturas que no se identifiquen con una universalidad económico-política mundial) no es un melting pot, no es un lugar en donde se funden por igual, razas, credos, costumbres, religiones, etc. de manera armónica y enriquecedora. "Mezcla" es un punto de conflicto en el que los códigos se devoran los unos a los otros (Bolívar Echeverría), un espacio indeterminado donde se libran contradicciones permanentemente.

Ahora bien, en este devenir-devorar constante encontramos dos alternativas posibles, dos vías que no están separadas, sino entrecruzadas y muchas veces confundidas, y que por esta razón vale la pena distinguir aunque sea teóricamente: de un lado, una producción creativa y lúdica de contenidos espirituales, modos de producción de riqueza y reproducción de la vida híbridos, así como solidaridad genuina en la base de las formas culturales que van siendo devoradas; de otro, el empobrecimiento en los códigos y las prácticas, la entofagia por parte del orden simbólico dominante, la homogeneización generalizada por valores abstractos (dinero, éxito, progreso) y la liquidación de la diferencia concreta y real entre culturas. Lo primero se llama resistencia o modo barroco de vivir (Echeverría), lo segundo, autocolonización romántica, es decir, la aceptación de la destrucción de estructuras simbólicas propias con la esperanza de integrarse a una “gran cultura”, más rica, más diversa, más “moderna”, en un acto desesperado de “ponerse al corriente” con el progreso de la Humanidad. La autocolonización romántica pre-supone que el modelo civilizatorio capitalista llegó para quedarse y que sólo resta "limar asperezas", ha perdido la noción del sujeto político como motor de su propia historia y se ha entregado a la fe en un mercado bueno, es decir, integral, responsable, sanamente competitivo, "verde" y multicultural. La resistencia barroca, por su parte, podría cuando menos mantener la apertura, sospechar, quizá intuir, nuevos modos de civilización, otras maneras de vivir en sociedad y en planeta; podría (¡y esto no es poco!) mantener a base de fuerza colectiva los signos de interrogación abiertos; frente a la cerrazón, frente al dogmatismo, la estupidez generalizada y la incapacidad de imaginación, mostrar este comercial obsceno una y otra vez, y con una sonrisa soberbia y un poquito burlona preguntarnos: ¿en serio, queridos humanos, esto es lo mejor que podemos hacer?

24.1.12

Aproximaciones al objeto Hegel

¿Cómo evitar la equivocación? ¿En qué consiste la falsedad o el error? ¿Cuándo se dice que un conocimiento es falso o que está equivocado? Cuando no corresponde a su objeto, cuando la verdad del objeto escapa o está más allá del campo del conocimiento en cuestión. De esto se seguiría que el conocimiento tiene que afinarse de acuerdo a su objeto de estudio, tiene que moldearse y perfeccionarse para acceder a la verdad de su objeto. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cómo saber que un conocimiento está adecuado completamente al objeto? ¿Cómo saber si se está conociendo o no "toda" la verdad del objeto? ¿Es que siempre habrá alguna "parte" del objeto, oscura y extraña, que se escapa al conocimiento? Estas inquietudes nos impulsan. Pero, ¿qué o quién es lo que no se está quieto y no deja de moverse en relación a su objeto?

Eso inquieto es la conciencia o el aparecer del espíritu que "[estando] como alma en la forma de universalidad sustancial, [...] es ahora la reflexión-hacia-dentro-de-sí subjetiva, referida a esa sustancialidad como a lo negativo de sí [que es] para él un más allá y algo oscuro". (Hegel,1997, p. 147). El movimiento de la conciencia es en relación a un algo exterior que ante ella aparece y a la cual tiene que adaptarse irremediablemente. Ella no sabe de su propio movimiento, así, como movimiento y como movimiento suyo; supone un movimiento inmediatamente, el cual siente como ajetreo sin fin pero que para ella sólo es un cambio de objeto. La pregunta de cómo saber si ya conoce toda la verdad de su objeto en cuestión, incluyendo la parte oscura, expresa el camino de la duda y la desesperación que la conciencia debe recorrer y en la que lo que se cuestiona no es (sólo) alguna verdad en particular, sino la verdad o no verdad del saber mismo de la conciencia. Pero esta no verdad del saber, esto que la conciencia siente como incertidumbre, no es algo solamente negativo, es también algo positivo y determinado o, en términos hegelianos, es negación determinada. (Hegel, 1982). El saber particular de un objeto tal como manifiesta -aun como insuficiente y/o inadecuado- es a su vez manifestación o fenómeno del saber en cuanto tal, es la apariencia que adquiere el saber en el momento en que sabe algo particular. De esta manera, lo que para la conciencia es un error en realidad [Wirklichkeit]es un momento del saber y no una inadecuación con alguna exterioridad. Pues para la conciencia esta exterioridad no es una nada o un vacío, es algo, y es un algo oscuro y extraño, y en esa medida está definiendo esa exterioridad y a la vez está marcando la pauta que conduce su saber o, en pocas palabras, se está configurando a sí misma sin saberlo. Porque "la conciencia es para sí misma su concepto y, con ello, de un modo inmediato, el ir más allá de lo limitado y, consiguientemente, más allá de sí misma, puesto que lo limitado le pertenece; con lo singular, se pone en la conciencia, al mismo tiempo, el más allá, aunque sólo sea, como en la intuición espacial, al lado de lo limitado". (Ibid, pp. 55-56). La conciencia, aunque no lo sabe, está más allá de sí misma porque se delimita y se distingue. Veamos cómo.

Del movimiento tal como se manifiesta para nosotros podemos abstraer los siguientes momentos. La conciencia se distingue de algo y a la vez se relaciona con éste. Este algo es para otro, es decir, es para la conciencia. Pero en el ser para la conciencia distinguimos: (a) el saber, la relación en cuanto determinada o el ser de algo para una conciencia, y (b) el ser en sí o la verdad de algo que, aunque referido al saber, es independiente de éste y se encuentra fuera de la relación. La conciencia en el acto de saber se distingue y se relaciona a la vez. Podría decirse que la relación consiste en su distinción y viceversa. Pero esto no lo sabe la conciencia, puesto que cuando ella sabe, no se sabe, sino que (cada vez) sabe algo externo. Esto quiere decir que la exterioridad -lo extraño u oscuro- es algo en sí sólo porque es para otro, sólo en tanto es un ser para la conciencia o un saber particular.

"Así, pues, en lo que la conciencia declara dentro de sí como el en sí o lo verdadero tenemos la pauta que ella misma establece para medir por ella su saber". (Ibid, p. 57). El saber de la conciencia en tanto actividad establece su objeto y, con ello, su propia pauta para la acción. La conciencia, al "acercarse" y tratar de adecuarse a su objeto lo está redefiniendo. En realidad, esta adecuación es un examen que hace la conciencia de sí misma. Por ello, la no identidad entre su saber y la verdad es también para ella. De tal modo que la conciencia sabe particularmente de su saber y de la verdad con respecto a éste. Sabe que su saber es sólo un saber de un objeto y se da cuenta de que el en sí de éste o su verdad ha sido desde un inicio parte de este saber. En este momento el primer objeto deja de ser tal o aparece como inesencial y "nace" un nuevo objeto verdadero. El ser en sí es ahora el ser para ella de aquél primer en sí, o en palabras de Hegel: "cuando lo que primeramente aparecía como el objeto desciende en la conciencia a un saber de él y cuando el en sí deviene un ser del en sí para la conciencia, tenemos el nuevo objeto por medio del que surge también una nueva figura de la conciencia, para la cual la esencia es ahora algo distinto de lo que era antes". (Ibid.).

Sin embargo, este movimiento que Hegel describe no es, a su vez, para la conciencia. Sucede, por decirlo así, "a sus espaldas" un movimiento pero sin los momentos que hemos abstraído de él: el ser-en-sí y el ser-para-otro. En la conciencia están en sí el ser en sí y el ser para otro, pero no como determinaciones, sino como configuraciones inmediatas suyas. La conciencia está absorta en la experiencia de su respectivo objeto, aunque su objeto sea ella misma bajo la forma de su saber particular o ser del en sí para ella. Lo que la conciencia no sabe es que este proceso de la experiencia no es más que su propia inversión. Esta consideración la añadimos nosotros, y es gracias a esto que hay avance o elevación de la ciencia en la experiencia de la conciencia. De otra manera la conciencia arrojaría al vacío el momento de la no verdad de su saber todo lo que aparece como inesencial y no brotaría el nuevo objeto. (Ibid., p. 59). Lo que parece contradictorio -lo que a mi no me queda claro- es por qué si nosotros sólo describimos los movimientos de la conciencia ahora añadimos una consideración de este tipo. ("Pero nuestra intervención no resulta superflua solamente en el sentido de que el y el objeto, la pauta y aquello a que ha de aplicarse, están presentes en la conciencia misma, sino que nos vemos también relevados del esfuerzo de la comparación entre ambos y el examen en sentido estricto, de tal modo que, al examinarse a sí misma la conciencia, lo único que nos queda también aquí es limitarnos a ver". Ibid. p. 58). Las preguntas serían entonces: ¿es la negación determinada la que impulsa la formación de la conciencia hacia la ciencia o es la exposición de estas determinaciones que lleva a cabo el filósofo? ¿En qué consiste esta consideración? ¿Se trata de una añadidura metodológica? Y ¿qué o quiénes somos nosotros, los que nos adelantamos cada vez en su descripción a la conciencia?

Desde el comienzo de la Fenomenología del espíritu se utiliza el "para nosotros" para separarse en la investigación de la perspectiva de la conciencia, para distinguirse del punto de vista "para ella". Pero si es posible esta investigación es porque de algún modo ya nos encontramos "más allá" de ella. Así, pareciera que estamos por encima de la conciencia, que estamos en un lugar privilegiado para ver su movimiento como tal o sus momentos y determinaciones. Y de alguna manera, así es. Hegel, al momento de escribir su obra, considera que el espíritu está en un nivel de autoconsciencia en el que

va más allá de esta inmediatez de su fe, de la satisfacción y la seguridad de la certeza que la conciencia abrigaba acerca de su reconciliación con la esencia y con la presencia universal de ésta, tanto la interna como la externa. Y no sólo va más allá, pasando al otro extremo de la reflexión carente de sustancia sobre sí mismo, sino que se remonta además, por encima de esto. No sólo se pierde para él su vida esencial; además, el espíritu es consciente de esta pérdida y de la finitud que es su contenido. (Ibid. p. 10).

El espíritu teme su insustancialidad al saber su finitud o a su "ir más allá" de sí mismo. Así, está tentado a aferrarse de nuevo a algún objeto. Mientras más elevado o concreto es el objeto que "nace" -arte, religión o filosofía- más expectativa se genera sobre su anhelada re-sustancialización. Esta expectativa en tanto deseo es sentimiento. El espíritu pretende, en el sentimiento, resustancializarse, y lo que, por un lado, es deseo, por el otro, es temor a la verdad. (Ibid. p. 52). El espíritu como conciencia y en el sentimiento sigue siendo para otro o para él, y así se manifiesta como objetos verdaderos o entes en sí. Pero, a la vez, el espíritu como espíritu o como actividad del saber determina su movimiento. En este sentido, la expresión "para nosotros" es un signo de la fuerza del saber del espíritu que asume el temor a la verdad y, con ello, lo sabe como momento suyo. Lo que en la conciencia es la experiencia -que para ella es un cambio de objeto [necesariamente para otro]-, para el espíritu es una inversión de sí mismo en tanto conciencia. Para nosotros, no hay contradicción cuando Hegel establece como tarea de la investigación el simplemente ver y después declara que nuestras consideraciones añadidas impulsan el desarrollo de la ciencia. Puesto que la descripción que hacemos nosotros en tanto espíritu es una autodescripción, y cualquier consideración que aparezca como añadida por otro es en realidad una autoconsideración.

[Porque] la necesidad interna de que el saber sea ciencia radica en su naturaleza, y la explicación satisfactoria acerca de esto sólo puede ser la exposición de la filosofía misma. En cuanto a la necesidad externa, concebida de un modo universal, prescindiendo de lo que haya de contingente en la persona y en las motivaciones individuales, es lo mismo que la necesidad interna, pero bajo la figura en que el tiempo presenta el ser allí de sus momentos. (Ibid. p. 9).

Lo que para otro o para la conciencia es una añadidura del exterior es para nosotros una positividad, no interna, sino inmanente. Y lo que parece una investigación puramente descriptiva es al mismo tiempo una abstención activa, un enfrentar temerario a la verdad. Toda investigación es ya intervención.

·

Pues bien, hasta aquí he podido reflexionar sobre el pensamiento de Hegel. La insuficiencia del resultado de este trabajo es una manifestación de mi saber. El aparecer del error o equivocación será entonces, para nosotros, solamente un re-conocimiento del límite de mi saber en tanto, por ahora, es saber de algo llamado pensamiento de Hegel.


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Hegel G. W. F., Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Alianza Editorial, Madrid, 1997.
Hegel, Fenomenología del espíritu, F. C. E., México, 1982.

17.1.12

Apuntes sobre la afectividad en la modernidad capitalista (Primera parte)

Ontológicamente hablando, antes del sujeto o individuo que ¨siente¨, como en una paradoja, está, en el fondo, lo infundamentado, es decir, existencia (fuera de sí, "Dasein"), un singular afectado, que se encuentra desde siempre, desde ya y cada vez, en una disposición afectiva. Esto es, antes de ¨sentir algo¨, y poder pensar o decir algo sobre ello, uno ya se encuentra afectado. En este discurso existencial heideggeriano puede decirse que no hay mediación entre uno y la afección (lo que en Hegel es una necesidad) y toda expresión teórica o corporal que contenga ¨sentimiento¨ es una manera de interpretarse a sí, de interpretar la disposición afectiva siempre fáctica, pre-temática y pre-teórica. Tristeza, alegría, nostalgia, euforia, etc., son posibilidades afectivas sobre la base de cierta interpretación de la disposición afectiva y no experiencias naturales, originales, que brotan del corazón, del alma o del cerebro (ud. elija la metafísica de su agrado). Pero esta interpretación precede también al individuo o al sujeto, le son heredadas. En un mismo movimiento casi dramático se viene al mundo, se nace, se cae en una red de significaciones y códigos lingüísticos dados desde los cuales uno se ve afectado de tal o cual manera. En negritas se acentúa el carácter espontáneo de la expresión linguística "uno". Esta espontaneidad se debe al carácter de publicidad de las interpretaciones desde las cuales todo sujeto puede sentir algo. Interpretaciones construídas socialmente -aunque nunca por una consciencia- que subyacen a todo sujeto que siente. Se trata de sentidos promedio, que median entre cada singular pero sin considerarlos en su existencia, sino en su rol social y real, que todos comparten porque son obvios y que son obvios porque todos los comparten. Estos sentidos al interior de un discurso ontológico como el de Heidegger son ambigüos y superficiales, no porque haya sentimientos más "profundos" que otros, sino porque incluso la "profundidad" de un sentimiento entra en el universo de sentidos públicos, obvios, evidentes, pero, a la vez, planos, borrosos, espectaculares, en fin, desarraigados de la existencia. Ahora bien, el carácter público de esta afectividad no sólo influye a la del existente, sino que la estructura por completo. El singular existente se aliena en la realidad pública y en esto consiste su esencia. Existencia tiende a fundamentarse, a subjetivizarse a través de las interpretaciones públicas. Así puede decir: "yo siento alegría" o "yo siento tristeza". Pero este esenciarse afectivamente, este dar solidez, tematización, determinación o fijación, es necesariamente su enajenación, su pérdida. Existencia sospecha o pre-siente su carácter de infundamento, por eso le reprocha al lenguaje cotidiano que el no poder "expresar" a cabalidad su afectividad. Entonces trata de decir lo que siente, pero mientras más se esfuerza, incluso con toda "sinceridad", más se enrreda en la publicidad ambigüa del sentido de los sentimientos determinados públicamente. (La sinceridad, convertida en valor cívico-moral también podría ser una grave ambigüedad). A menudo se dice: "no sé qué siento". Esta bonita expresión quiere decir sin decirlo: "existencia", pero también quiere decir diciendo: "lo que siento es tan intenso y tan complejo que no cabe en las palabras, que son duras, frías, racionales". El intelectual dirá: ¿y qué con la poesía? Pues bien, en lugar de responderle, conduciremos esfuerzos para pensar: (a) qué tipo de sociedad genera interpretaciones públicas que llevan a una partición de la afectividad en "racional" y "pasional"; (b) qué relación tiene el filósofo y el artista con esta sociedad.


(Continúa...)


12.7.11

Comentario crítico a "Filosofía de la praxis" de Sánchez Vázquez

Con motivo del fallecimiento del filósofo reproduzco un breve artículo que escribí hace poco.

(Cartón de Helgera: Jornada 10/07/2010)



Con admiración se cita a Kant, indicando que él no enseñaba filosofía,

sino el filosofar; como si alguien enseñase carpintería, pero no

enseñase a construir una mesa,una silla, una puerta, un armario, etc.


(G. W. F. Hegel)



En el prólogo a la edición de 1980 de su Filosofía de la praxis Adolfo Sánchez Vázquez (“SV” a partir de aquí) reitera los propósitos de esta obra, de entre los cuales el fundamental es la reivindicación de la praxis como categoría central en el marxismo y como categoría filosófica importante en general.[1] También se quiere deslindar filosóficamente al marxismo de vulgarizaciones ideológicas y/o concepciones simplistas (mecanicistas, deterministas, economistas, cientificistas, reduccionistas, etc.). Pero estos propósitos obedecen a uno de mayor envergadura, y que trasciende toda filosofía, a saber, la transformación de la realidad. Y si, como se verá más adelante, la transformación implica la teoría, un pensamiento que se preocupe explícitamente por la praxis es ya, de algún modo, parte de esa transformación. Por lo tanto una filosofía de la praxis, una filosofía que introduzca la praxis como categoría central, requiere no sólo reflexionar sobre un nuevo objeto, sino fijar asimismo el lugar de la teoría en el proceso práctico de transformación de lo real.[2] Este conjunto de propósitos e implicaciones epistémicas y políticas hacen de la Filosofía de la praxis una obra rica en contenidos y temas. Nosotros en este trabajo nos limitamos a (i) tratar de reformular la categoría de praxis siguendo a SV y (ii) problematizar al interior de esta categoría, especialmente acerca de la relación entre teoría y praxis.


Pero ¿qué es “praxis”? Al inicio de la obra se deja ver una primera respuesta: “nos inclinamos por el término ‘praxis’ para designar la actividad consciente objetiva”.[3] Bien, pero ¿qué es “actividad”? Después de haber hecho un repaso de la concepción de la praxis que a lo largo de la historia de la filosofía –implícita o explícitamente- se ha mostrado[4], SV inicia ya la problematización filosófica sobre la praxis del siguiente modo: “toda praxis es actividad, pero no toda actividad es praxis”.[5] “Actividad” a secas, actividad en general, es un movimiento en virtud del cual un sujeto (agente) modifica una materia dada.[6] Esta noción es demasiado amplia. No se indica la cualidad de ese movimiento ni de la materia en cuestión. Sin embargo, esta definición nos da una pista: la materia (paciente) es dada. Esto es, la materia se concibe como estando ahí, independiente y fuera de un sujeto (agente) que preexiste, y la relación (modificación) es de exterioridad pura, como si la esfera “sujeto” chocara contra la esfera “objeto” y causalmente, mecánicamente, modificara una a la otra. Esto funciona para muchos entes: animales, sustancias químicas, o hasta una piedra en caída libre que modifica el suelo al contacto. Ciertamente el hombre participa de esta actividad[7], pero si la que nos interesa es aquella que es “consciente y objetiva”, no basta esta formulación categorial. Por esta razón SV avanza y define la actividad propiamente humana en un pasaje que, por su belleza, nos gustaría reproducir íntegro:

La actividad propiamente humana sólo se da cuando los actos dirigidos a un objeto para transformarlo se inician con un resultado ideal, o fin, y terminan con un resultado o producto efectivos, reales”. En este caso, los actos no sólo se hallan determinados causalmente por un estado anterior que se ha dado efectivamente –determinación del pasado por el presente-, sino por algo que no tiene una existencia efectiva aún y que, sin embargo, determina y regula los diferentes actos antes de desembocar en un resultado real; o sea, la determinación no viene del pasado, sino del futuro.[8]

Ahora empieza a perfilarse la actividad (humana) como praxis en tanto que incluye la participación de la consciencia en la transformación. La materia no está simplemente dada, y el sujeto no está a la espera de ella, sino que ahora la materia es materia prima, es decir, adquiere el signo de la utilidad, y el sujeto es ahora un ente que proyecta idealmente la satisfacción de sus necesidades. Heidegger –fuera del discurso existencial y el de los heideggériannes- nos ilustra muy bien:

...en el mundo circundante se da el acceso a entes que, no teniendo en sí mismos necesidad de ser producidos, ya siempre están a la mano. Martillo, alicate, clavo, remiten por sí mismos al acero, hierro, mineral, piedra madera –están hechos de todo eso. Por medio del uso, en el útil está descubierta también la “naturaleza”, y lo que está a la luz de los productos naturales. […] Pero, aquí la naturaleza no debe entenderse como lo puramente presente –ni tampoco como fuerza de la naturaleza. El bosque es reserva forestal, el cerro es cantera, el río, energía hidráulica, el viento es viento “en las velas”.[9]

El sujeto se mueve para satisfacer sus necesidades. Experimenta cierta resistencia de la materia, y reconoce cierta independencia –ahora relativa, no absoluta- de la materia dada, y precisamente por esto necesita concebirla –ahora conscientemente y no pacientemente- bajo la forma de materia prima. En el mito semita –aunque cristianizado- del paraíso se presenta bellamente una unión absoluta entre las necesidades y su satisfacción. El hombre allí está en una armonía perfecta con la naturaleza y en una total conciliación con su presente. No es fortuito que el castigo por probar la fruta del árbol prohibido (que, dicho sea de paso, es del “conocimiento”) sea “el sudor de nuestra frente”. Es este sudor el que el hombre derrama al negar la realidad existente porque no se ajusta nunca a sus necesidades y al proyectar idealmente entonces una realidad ideal que aún no se realiza efectivamente, pero sobre todo, al trabajar para lograr su fin. Así es como podemos decir que el trabajo no sólo transforma accidentalmente la naturaleza, sino que la subjetiviza objetivándola, eso es, reconoce su independencia, pero este reconocimiento no es sólo epistémico sino interesado y práctico. A esta altura podemos entender la definición que antes se dio de praxis como actividad consciente objetiva. La praxis, nos dice SV

como actividad subjetiva y objetiva a la vez, como unidad de lo teórico y lo práctico en la acción misma, es transformación objetiva, real de la materia mediante la cual se objetiva o realiza un fin; es, por tanto, realización guiada por una consciencia que, al mismo tiempo, sólo guía u orienta –y esto sería la expresión más cabal de la unidad de la teoría y la práctica- en la medida en que ella misma se guía u orienta por la propia realización de sus fines.[10]

Ahora que tenemos una definición más o menos satisfactoria de la praxis problematizaremos con respecto a esa “unidad” de lo teórico y lo práctico. En este momento nos preocupa particularmente la vaguedad en la concepción de SV de la teoría. En ocasiones se concibe como algo inmaterial o como algo irreal, virtual, en otras como algo ideal, “psíquico” o “espiritual subjetivo”[11]. Esto dificulta pensar (a) la relación entre la filosofía y la praxis, así como (b) la “praxis artística”. En lo siguiente trataremos estos problemas en un mismo cuerpo argumentativo.

SV se rehúsa a considerar la actividad de la consciencia como praxis. Se respalda en El Capital, en donde Marx, analizando la experiencia del trabajador nos dice que éste “pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida”.[12] Esto lo lleva a pensar que la praxis (que aquí SV identifica sin explicaciones con “trabajo”) tiene un carácter intrínsecamente “físico, corpóreo”[13], cuando antes era solamente “actividad consciente objetiva” o “subjetiva y objetiva a la vez”… “La transformación de la materia –sobre todo, en el trabajo humano- exige una serie de actos físicos, corpóreos, sin los cuales no podría llevarse a cabo la alteración o destrucción de ciertas propiedades que hace posible la aparición de un nuevo objeto, con nuevas propiedades”.[14] La pregunta que nos surge es: ¿cómo es un “acto físico” y/o “corpóreo”? ¿Qué diferencia hay entre un acto de este tipo y un acto “teórico”? ¿No partíamos de una unión ontológicamente indisoluble entre teoría y praxis? ¿Cómo se dibuja ahora la línea divisoria entre ambas? ¿No todo acto “físico” es también “teórico” en tanto lo dirige al mismo tiempo la consciencia?[15] Acerca del carácter teleológico de la praxis dice que gracias a la intervención de la conciencia el resultado de la transformación existe dos veces y en tiempos distintos: el resultado ideal y el producto real.[16] Pero esta diacronía es con respecto al resultado y no al trabajo, que no es otra cosa más que el proceso mismo de transformación. En efecto, todo proceso culmina en la realización de la finalidad, en un producto, al cual puede atribuírsele científicamente propiedades físicas como “corporeidad”, pero el proceso mismo, en tanto pura transformación no es “corpóreo” ni “incorpóreo”, sino inmanentemente objetivo y subjetivo o, en términos hegelianos, dialéctico.

Creemos que este punto problemático tiene origen en una incomprensión del pasaje de Marx. El mismo SV, en el primer apéndice incluido en la última versión (2003) de la Filosofía de la praxis que lleva por título “El concepto de esencia humana en Marx”, al tratar la cuestión de la esencia en El Capital, reconoce que en dicha obra no se habla explícitamente de alguna “esencia” humana sino en contadas ocasiones y en otros términos -como “naturaleza humana” o “trabajo en general”-, porque el propósito de la obra es descubrir las leyes fundamentales que rigen la estructura social capitalista.[17] De esta manera, categorías principales como “salario”, “trabajo asalariado”, “trabajo en general”, “valor”, “valor de uso”, “obrero”, “capitalista”, etc. no son sino formas concretas que la “naturaleza humana” adquiere en la sociedad capitalista del siglo XIX. “Trabajo”, en este sentido, es sólo una categoría que representa una expresión particular del modo de producción capitalista, y es desde este sentido que debería entenderse la noción de “corporeidad”.

Considérese el incremento durante el siglo XX del trabajo servicial y no estrictamente productivo en tanto ente corpóreo o, ya en el siglo XXI, el boom de los productos virtuales como los software o música digital; ¿qué “corporeidad” produce una telefonista o un vigilante de seguridad? Ciertamente ponen a andar, en alguna medida -como Marx señala-, músculos, brazos, piernas, cabeza, etc., pero quizá –cualitativamente hablando- lo mismo hace un deportista, o un intelectual. Y con esto reafirmamos: la praxis, en el sentido que venimos trabajando –sentido que el mismo SV nos ha abierto-, no puede ser meramente “corporea”, sino integral y dialéctica.

Por otra parte, mientras la actividad teórica no es praxis, el arte para nuestro filósofo sí es una forma de praxis, porque “se sitúa en la esfera de la acción, de la transformación de una materia que ha de ceder su forma para adoptar otra nueva: la exigida por la necesidad humana que el objeto creado o producido ha de satisfacer”.[18] Por el contexto referencial del fragmento suponemos que la “transformación de una materia” se refiere, de nuevo, a la corporeidad del acto artístico, de otro modo el literato y el compositor de música no serían artistas. Pero si el poeta o novelista no hace más que escribir, y el compositor sólo escribe y “produce” ondas de sonido, ¿qué diferencia esencial encontraríamos en el filósofo que sólo habla, lee y escribe; produce ondas de sonido, ideas, letras?

SV admite que la actividad teórica transforma, pero sólo idealmente, es decir, modifica hipótesis y teorías; transforma mediante “operaciones” intelectuales como abstracción, generalización, deducción, sintetización, prevención, etc., “que si bien exigen un sustrato corpóreo y el funcionamiento del sistema nervioso superior, no dejan de ser operaciones subjetivas, psíquicas, aunque puedan tener manifestaciones objetivas”.[19] Pero ¿qué son las “manifestaciones objetivas” sino un objeto (Objekt)[20] constituido causalmente, una aprehensión contemplativa de la praxis –entendida dialécticamente y revolucionariamente-? Porque la realidad como totalidad sujeto-objeto no “se manifiesta”, sino se autodetermina. En efecto, no hay “manifestaciones” en sí, sino un acto subjetivo de asimilación del objeto real (Gegenstand). Y ¿qué es un “sustrato corpóreo” sino un sustrato metafísico, una presencia dada exterior al sujeto? Desde este punto de vista, cuerpo (“corporeidad”) no está en la esfera de la objetividad, ni espíritu (“psíquis”) en la esfera de la subjetividad; un ente “físico” –aun el propio cuerpo- no es exterior al sujeto, ni un ente “ideal” es externo –y desde luego que tampoco interno- al mismo sujeto; una concepción así caería de vuelta al materialismo premarxiano. El cuerpo y el espíritu en tanto objeto (Objekt) son también sujeto porque son parte del movimiento de lo real. Porque lo único que hay (Gegenstand) es movimiento, es decir, praxis.

Lo anterior no es una sutileza filosófica, queremos defender –hasta cierto punto, y sin tomar en cuenta por el momento las ideas de Louis Althusser, al cual SV dirige parte de sus críticas con respecto a este punto- la idea de una praxis teórica. ¿Cómo negar la potencia transformadora de un texto como El Capital e. g. que, como cualquier otro texto, es esencialmente incorpóreo?

La pregunta que nos surge aquí para Sánchez Vázquez podría formularse de la siguiente manera: ¿cómo estima el filósofo su propio papel, su propia actividad, cuando, por ejemplo escribe en un diario mexicano artículos político-teóricos, dirige una colección de libros con temas sociológicos y filosóficos, o cuando en la Guerra civil española editaba un periódico de la Juventud Comunista en Madrid, así como un periódico para soldados en el frente –lo que, además de la redacción de textos, también implica una permanente búsqueda de imprentas en nuevos lugares? ¿Se trata aquí de teoría (que para él, como se ha dicho, además de la producción de conocimiento, también abarca las metas prácticas) y su inherente “sustrato corpóreo” y “manifestaciones objetivas”, o de praxis; o del tal paso intermedio, el que, sin embargo, no aborda con más detalle?[21]

Por razones de tiempo y espacio dejamos abiertas estas preguntas. Lo que sí podemos decir es que este trabajo, esta actividad, no quiso estirar el concepto de praxis, ni de hacer una crítica, vacía por un lado, y llena de formalismos por otro. Se trató de repensar la categoría de praxis. Porque compartimos la idea de Stefan Gandler de que “en el concepto de praxis, fundamental para la teoría marxista, está contenido un factor de rebeldía…” Esto es lo que creemos y esto es lo que nos ha movido en un principio a dedicarnos –aunque sea muy brevemente- a la Filosofía de la praxis de Adolfo Sánchez Vázquez.



N. Mauricio Andrade Ruiz

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[1] Sánchez Vázquez Adolfo, Filosofía de la praxis, México, Siglo XXI Editores, 2003. Cf. p. 19.

[2] Sánchez Vázquez, “Filosofía de la praxis”, Filosofía política I. Ideas políticas y movimientos sociales, Madrid, Editorial Trotta, 2002.

[3] Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis, p. 28.

[4] No nos detendremos aquí en particularidades acerca de las virtudes y/o insuficiencias de las interpretaciones de SV con respecto a los filósofos tratados, que van desde Platón hasta Descartes. Una excepción es Rousseau, el cual es ampliamente tratado en su obra Rousseau en México (México, Grijalbo, 1969). Pero nos atrevemos a decir que SV, en ocasiones, inserta sin más la categoría de “praxis” -inspirada en Karl Marx- en contextos discursivos radicalmente distintos al de Marx y al de sí mismo, los cuales requerirían –cuando menos- una atención hermenéutica previa al ejercicio comparativo. El Heidegger de Ser y tiempo, inspirado en las palabras griegas πρᾶξις (praxis) y πράγματα (pragmata), lleva a cabo una interesante crítica de la dialéctica entre “teoría y praxis” (Editorial Trotta, 2009, Cf. §15 y 60, entre otros). Con esto ejemplificamos el hecho de que un ejercicio hermenéutico sobre cualquier época –incluso de una “lejana” históricamente como la griega- puede en verdad enriquecer cualquier proyecto filosófico propio. De cualquier modo, el análisis de estas problemáticas requeriría un estudio aparte.

[5] Ibíd. p. 263.

[6] Ibídem.

[7] El hombre como máquina cartesiano.

[8] Ibíd. p. 264. ¿Cabe hacer un análisis del tiempo a partir de estas sentencias? Con respecto a la primacía del futuro (anticiparse-a-sí) en la temporización de la existencia (Dasein) cf. Heidegger, op. cit., §60-83).

[9] Heidegger Martin, Ser y tiempo, Madrid, Editorial Trotta, 2009, §15, 70.

[10] Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis, p. 317.

[11] Ibíd. p. 271.

[12] Marx citado por Sánchez Vázquez, ibíd. p. 270.

[13] Ibíd.

[14] Ibid.

[15] Nos preguntamos qué tendría que decir el psicoanálisis al respecto. Nos parece que enriquecería las tesis de SV sobre la intencionalidad e inintencionalidad de la práctica, sobre todo en su aspecto individual.

[16] Cf. Ibíd. p. 265. Esto de por sí es problemático porque implicaría también un doble trabajo: el primero, -en orden cronológico-, sería estrictamente teórico y produciría un producto ideal; el segundo, estrictamente material que “obedecería” (¿inconscientemente?) la línea dictada por el primer producto para producir el propio.

[17] Cf. Ibíd. pp. 496 y 497.

[18] Ibíd. p. 275. El problema sobre qué tipo de necesidad es la que satisface el producto artístico es serio y no lo tomaremos en cuenta aquí.

[19] Ibíd. p. 280.

[20] En este párrafo interpretamos desde las Tesis sobre feuerbach (especialmente en la traducción de Bolívar Echevería disponible en http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/El%20materialismo%20de%20Marx.pdf). Las palabras en alemán ayudan a la clarificación y no son puramente estilísticas.

[21] Gandler Stefan, Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, México, FCE, 2007. P. 238.

16.6.11

Ideología de nivel cero

Esta es una transcripción de un fragmento -sobre la ideología implícita en la búsqueda de “interioridad” auténtica al nivel discursivo-constructivo o místico-religioso- de una charla que Slavoj Zizek dio en las oficinas de Google New York en septiembre del 2008 para el programa The Authors@Google. La charla completa está disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=_x0eyNkNpL0

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Mi libro favorito en ése tema –les recomiendo que lo lean- es de Brian Daizen Victoria -quien él mismo es un sacerdote budista-: Zen at War. Este tipo hizo algo muy simple. Él simplemente hizo la investigación de cómo se relacionaba la comunidad zen japonesa con la expansión militar japonesa -la invasión a China y todo eso [and so on]- a finales de los 30’s y principios de los 40’s. Y el descubrimiento fue sorprendente: a excepción de –literalmente- tres, cuatro, cinco disidentes, ellos no sólo estaban de acuerdo, sino que también lo justificaban. El verdadero horror es leer los trabajos de aquel tiempo de un sujeto que –algunos de ustedes, y veo que los hay, son, como yo, desafortunadamente muy viejos para estar por ahí- era muy popular aquí en los tiempos hippie -60’s, principios de los 70’s- D. T. (Daisetsu Teitaro) Suzuki, ya saben, el gran modelo en introducir aquí la tradición budista. Bueno, en los 30’s él estaba escribiendo textos ligeramente distintos. Por ejemplo, escribió un texto donde celebraba la invasión japonesa a China como –así lo decía- un trabajo de amor; los chinos debían aprender que la espada que los está matando es en realidad una espada de amor. Pero lo más importante es que el mismo Suzuki concibió una maravillosa argumentación sobre cómo un soldado ordinario debe entrenarse psicológicamente a sí mismo para poder matar sin traumatizarse. Y da una maravillosa descripción de cómo esta actitud budista de superar tu sí mismo falso [false self] te ayuda. Él dice que cuando aún te identificas con tu sí mismo falso y crees que eres el agente sustancial desde luego que es traumático; la única manera de ponerlo es: “yo tengo una espada y te la clavo”. Pero –dice- si alcanzas la iluminación budista entonces toda la perspectiva cambia: eres sólo un observador, ves tu espada moverse por el aire y ves cómo, de algún modo, se le clava al enemigo; es despersonalizado. Incluso menciona -Suzuki- que para la gente ordinaria que no tiene tiempo para meditar la disciplina militar absoluta es la manera más fácil para alcanzar la iluminación en el sentido de superar tu sí mismo falso. Dice: cuando aprendes que cuando el oficial dice “¡dispara!”, tú disparas, sin momentos de reflexión, te encuentras por encima de tu sí mismo falso y todo eso [and so on and so on]. Ahora, ¿cuál es la conclusión de todo esto? Permítanme ser muy claro, de nuevo, para evitar malentendidos. No estoy diciendo “ya ves cómo todos esto de los budistas japoneses es sólo una máscara del militarismo”, no. Lo verdaderamente difícil es aceptar que –como Père Joseph-[1] las meditaciones de Suzuki son absolutamente auténticas. Es de verdad, es real. Pero esto no te previene de legitimar o hacer cosas horribles, etc. [and so on and so on]. Entonces, ven mi punto aquí. Mi punto es que nuestra verdad no es la “vida interior” –misticismo, historias que nos contamos, o lo que sea-. Estoy aun tentado a afirmar -en un modo más radical y psicoanalítico- que lo que construimos como “vida interior” –historias que nos contamos a nosotros mismos, la narrativa que construimos para enfrentar lo que estamos haciendo-[2] es siempre ideología de cero grado, una especie de pantalla protectora.



[1] En esta misma charla Zizek habla de un libro de Aldous Huxley sobre Père Joseph, un fraile francés que, por un lado, era brutalmente cruel con sus enemigos político-religiosos y, por otro, era un auténtico místico.

[2] Se refiere al pragmatismo de Richard Rorty y a la posmodernidad de las narrativas como ficción efectiva.