17.1.12

Apuntes sobre la afectividad en la modernidad capitalista (Primera parte)

Ontológicamente hablando, antes del sujeto o individuo que ¨siente¨, como en una paradoja, está, en el fondo, lo infundamentado, es decir, existencia (fuera de sí, "Dasein"), un singular afectado, que se encuentra desde siempre, desde ya y cada vez, en una disposición afectiva. Esto es, antes de ¨sentir algo¨, y poder pensar o decir algo sobre ello, uno ya se encuentra afectado. En este discurso existencial heideggeriano puede decirse que no hay mediación entre uno y la afección (lo que en Hegel es una necesidad) y toda expresión teórica o corporal que contenga ¨sentimiento¨ es una manera de interpretarse a sí, de interpretar la disposición afectiva siempre fáctica, pre-temática y pre-teórica. Tristeza, alegría, nostalgia, euforia, etc., son posibilidades afectivas sobre la base de cierta interpretación de la disposición afectiva y no experiencias naturales, originales, que brotan del corazón, del alma o del cerebro (ud. elija la metafísica de su agrado). Pero esta interpretación precede también al individuo o al sujeto, le son heredadas. En un mismo movimiento casi dramático se viene al mundo, se nace, se cae en una red de significaciones y códigos lingüísticos dados desde los cuales uno se ve afectado de tal o cual manera. En negritas se acentúa el carácter espontáneo de la expresión linguística "uno". Esta espontaneidad se debe al carácter de publicidad de las interpretaciones desde las cuales todo sujeto puede sentir algo. Interpretaciones construídas socialmente -aunque nunca por una consciencia- que subyacen a todo sujeto que siente. Se trata de sentidos promedio, que median entre cada singular pero sin considerarlos en su existencia, sino en su rol social y real, que todos comparten porque son obvios y que son obvios porque todos los comparten. Estos sentidos al interior de un discurso ontológico como el de Heidegger son ambigüos y superficiales, no porque haya sentimientos más "profundos" que otros, sino porque incluso la "profundidad" de un sentimiento entra en el universo de sentidos públicos, obvios, evidentes, pero, a la vez, planos, borrosos, espectaculares, en fin, desarraigados de la existencia. Ahora bien, el carácter público de esta afectividad no sólo influye a la del existente, sino que la estructura por completo. El singular existente se aliena en la realidad pública y en esto consiste su esencia. Existencia tiende a fundamentarse, a subjetivizarse a través de las interpretaciones públicas. Así puede decir: "yo siento alegría" o "yo siento tristeza". Pero este esenciarse afectivamente, este dar solidez, tematización, determinación o fijación, es necesariamente su enajenación, su pérdida. Existencia sospecha o pre-siente su carácter de infundamento, por eso le reprocha al lenguaje cotidiano que el no poder "expresar" a cabalidad su afectividad. Entonces trata de decir lo que siente, pero mientras más se esfuerza, incluso con toda "sinceridad", más se enrreda en la publicidad ambigüa del sentido de los sentimientos determinados públicamente. (La sinceridad, convertida en valor cívico-moral también podría ser una grave ambigüedad). A menudo se dice: "no sé qué siento". Esta bonita expresión quiere decir sin decirlo: "existencia", pero también quiere decir diciendo: "lo que siento es tan intenso y tan complejo que no cabe en las palabras, que son duras, frías, racionales". El intelectual dirá: ¿y qué con la poesía? Pues bien, en lugar de responderle, conduciremos esfuerzos para pensar: (a) qué tipo de sociedad genera interpretaciones públicas que llevan a una partición de la afectividad en "racional" y "pasional"; (b) qué relación tiene el filósofo y el artista con esta sociedad.


(Continúa...)


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